miércoles, 4 de julio de 2007

Hotel 100% japonés

Fue en la ciudad de Inuyama, al norte de Nagoya, en un caluroso y soleado día de junio. Queríamos hacer un montón de cosas en zona, entre ellas ver por la noche cómo se realiza la pesca con cormoranes, así que decidimos quedarnos allí y así estar más tranquilos. Para ello escogí un hotel en la rivera del río. Como estamos en una ciudad pequeña (aunque turística) la oferta de hoteles no es muy amplia así que me decidí por uno en el que sólo disponían de habitaciones de estilo japonés. No era un auténtico Ryokan, pero casi. Una de las cosas buenas de este tipo de hoteles (o no, si la comida japonesa no es de tu agrado) es que la cena y el desayuno suelen estar incluidos. Además he de decir que estoy contenta porque por primera vez me las he tenido que arreglar sola completamente en japonés y... hemos ido, hemos pasado la noche y hemos vuelto así que podemos decir que he superado la prueba.

Pero hoy toca hablar de los hoteles de estilo japonés y eso es lo que voy a hacer. A esta altura de la historia os podéis imaginar como empieza todo ¿no?. Con el ya conocido Irrashaimase, quitándose el calzado de calle en la misma puerta de entrada, poniéndose en las chancletas oficiales para andar por el hotel y dejando en la taquilla reservada a nuestro nombre nuestros zapatos. Menos mal que como sólo era una noche no llevé otros de repuesto. Si no me imagino que hubiera tenido que bajar de la habitación con ellos de la mano para ponérmelos a la salida y dejarlos también en la taquilla a la vuelta. En fin, creo que no terminaré de acostumbrarme a la cultura de la chancleta.

Bueno, pues la recepción y el ingreso en el hotel sin grandes novedades, eso sí, como siempre el personal muy amable y sin siquiera preguntar nos dieron un plano del pueblo y nos explicaron algunas actividades que podíamos hacer allí.

A la habitación (que no tenía un número sino un nombre, la nuestra se llamaba mar) nos acompañó una señora ya mayor vestida con kimono. Entró con nosotros y nos dio la ropa para estar por el hotel, una especie de bata hasta los pies. Yo estaba un poco extrañanada pero parece que además de las chancletas los batines también son usuales en este tipo de hoteles. Pudimos ver a la gente de los hoteles cercanos también uniformados con el batín del hotel. Tras las indicaciones pertinentes nuestra maestra de ceremonias preparó un té que acompañó con un dulce japonés, nos enseñó como funcionaba el aire acondicionado y quedamos para la cena.

La sensación en la habitación era un poco extraña porque aunque ya sabes cómo es un tatami, las mesas y los cojines, se hace raro entrar y sentarte en el suelo en vez de tirarte de cabeza sobre la cama. Además de la mesa baja y los cojines teníamos un pequeño sofá junto a la ventana pero fuera del área de visión de la tele, así que sólo nos servía para relajar la vista mirando al río que... todo hay que decirlo, tampoco estaba mal.

Llegamos pronto así que me debatía entre probar el onsen o seguir con las actividades programadas, finalmente me decidí por lo segundo que de lo primero ya tendría tiempo. En Japón cualquier visita a templo, museo, jardín o lo que sea termina a las 5 de la tarde así que hay que darse prisa.

Ya de vuelta en el hotel las tripas empezaban a rugir y lo cierto es que yo estaba expectante por ver como iba a ser el momento cena, qué nos iban a poner y cómo lo iban a servir. Al entrar en la habitación puede darme cuenta de que en cada planta tienen una cocina y la misma persona que se encarga de atenderte en la habitación también se encarga de prepararte y servirte la cena. En mi opinión fue espectacular, todo muy japonés con un montón de comida distinta, caliente y fría. Como a nosotros el pescado crudo no nos va mucho pudimos coger el sashimi (pescado crudo tal cual, sin el arroz de sushi) y cocinarlo en la cazuela de barro estilo fondue en la que nos pusieron una especie de sopa para tomar caliente. Así que fuimos buenos y nos lo comimos prácticamente todo.

Tras la cena tocaban los cormoranes y como justo era delante del hotel en recepción ya tenían las chancletas de calle (iguales pero con la suela de madera al estilo de las de las de las geishas) preparadas para que no tuvieramos que usar nuestros zapatos. Así que casi todos salimos a la calle uniformados con la ropa y el calzado oficial del hotel.


Ya de vuelta nos habían recogido la mesa y sacado los futones para dormir en el suelo así que por fin llegó el momento del onsen, que no es mas que una especie de spa, una bañera muy grande con agua supuestamente medicinal y muy muy caliente. Dependiendo del hotel el onsen puede ser realmente especial, sobre todo si es natural y estás rodeado de naturaleza y al aire libre. En invierno puedes estar en el onsen y completamente rodeado de nieve. Como hay que meterse como Dios (y nuestras madres) nos traen al mundo normalmente los hay de hombres y de mujeres pero por lo que he oído también los hay mixtos. En mi caso he de confesar que no pude pasar de la rodilla y además con mucho esfuerzo. No sé como pueden aguantar el agua tan caliente, no me extraña que haya gente mayor que directamente se quede en el onsen. En fin. Aun así creo que lo volveré a intentar en otra ocasión.
Por la mañana nos levantamos temprano, la luz entra pronto por la ventana y aunque hay que decir que los futones son bastante cómodos nada hay como una buena cama. Sabíamos que iba a haber mercado pero lo que no nos imaginábamos era que casi nos lo perdemos y es que a la hora que marca el móvil ¡¡¡ Ya estaban empezando a recoger!!!
En fin, que nos dio tiempo a dar una pequeña vuelta por el mercado mientras nos retiraban los futones y nos traían el desayuno a la hora acordada. Desayuno que por cierto parecía más otra comida que un desayuno. De nuevo pescado asado, la fondue, la sopa de miso, el arroz, etc, etc, etc...
Y con esto puedo puedo decir que terminamos porque la salida del hotel no fue tampoco nada especial, como en todos, pagar y poco más. Pero ya podemos decir que hemos disfrutado de la hospitalidad y los encantos de un pequeño hotel 100% japonés.